2.8.13

Lo que todos hemos pensado hoy en algún momento.

Viernes tarde y todos pensamos en lo mismo, ¿qué coño estoy haciendo yo aquí?.
Delante de la pantalla del ordenador, detrás de la barra de un bar atendiendo a algún gilipollas que no te va a dejar propina, en una tienda de ropa aguantando clientes estúpidos que piden tallas imposibles para ellos, por la calle de camino a casa después de currar o volviendo al turno de tarde después de comer.
Todos nos preguntamos lo mismo, todos los que aún no nos hemos metido en un horno metálico camino a la playa con el aire acondicionado a tope, no estamos esperando en Barajas, en una interminable cola de facturación o no nos relajamos en una terraza de cualquier bar que tengamos cerca, mientras nos reímos de quién sea que esté pasando por detrás de la amiga con la que hemos quedado y a la que queremos impresionar con nuestro ingenio, hiriente y odioso, con una ironía y una mala leche que lo que esconde es una inseguridad sobre compensada, casi siempre, sin motivo. Todos nosotros repetimos en nuestra cabeza una y otra vez, "¿qué coño estoy haciendo yo aquí?"
Pasan las horas despacio, hace calor, mañana es Sábado, será un día mejor, algunos tendremos que currar, pero será fin de semana, habrá un perro una mujer y buena comida, todo irá bien.
"Han caído muchos de nuestro bando", dice alguien en la canción que escucho y hoy para mi esa frase cobra muchos sentidos diferentes.
Veo muertos, literal y figuradamente, veo cerebros desconectados, fritos por el calor, cuerpos que han perdido batallas, contra sí mismos, contra enfermedades o contra impulsos incontrolables que les han llevado a una deriva física de la que salir, a determinadas alturas y edades, va a ser muy difícil.
Estoy sentado en un porche, a mi espalda se levanta un mural rojo, blanco y negro, "espacio de creación y cambio", rezan unas letras enormes que la gente lee al pasar mirando a través de mi, mientras yo me hago el despistado esperando que no me pregunten, que no se dirijan a mi, que no tengo la paciencia en su mejor momento. Hoy no quiero cruzarme con nadie conocido, hoy sólo quiero cama, un cuerpo caliente a mi lado y ya.
Una mujer pasa caminando por delante de mi, es esbelta, con unos tacones que acentúan unos gemelos y unos muslos trabajados, su culo sigue un ritmo preciso, un compás muy marcado por el paso apresurado del perro que tira de ella con un caminar nervioso hasta una de las esquinas del porche en el que estoy sentado. El pequeño chucho, un perro gris, peludo, mestizo, levanta una pata aparentemente distraído y marca con su orina una de las esquinas de hormigón gris, justo en el borde con la calle. La mujer me mira a través de sus gafas de sol y sonríe. Debe rondar los 40, bien conservada, con el pelo corto moreno, una cara con rasgos afilados y algunas arrugas no demasiado marcadas para la edad que le acabo de obligar a tener en mi cabeza. Sus labios, carnosos y con ese pequeño bulto en el labio superior que tienen algunas personas, dejan entrever unos dientes de fumadora que estropean un poco la armonía que le da al conjunto una tez bien cuidada y sin maquillar, que parece que el sol no ha tocado en años. Es una mujer atractiva y lo sabe, se siente bien en el vestido ajustado de una pieza que lleva. Le gusta pasear, ella no está pensando lo mismo que yo, ella sí sabe lo que hace aquí, está paseando su perro, su culo y sus aparentemente nuevas tetas. O eso me gusta pensar mientras la veo alejarse calle abajo y me invento una vida perfecta para ella y su perro, que he decidido se llamará Smith. 
Ella prosigue su camino, mi cabeza ya está en otro sitio, en otro perro, en otro culo, en manos de otra mujer.
Vuelvo a mi libro, miro el reloj, me quedan veinte minutos, ¿qué coño hago aquí?.
Hoy voy a salir del estudio sin pensar en nada que tenga que ver con cine documental, con finales de carrera, con edición o con una pantalla de ordenador, visor de cámara o justificación teórica. Voy a montarme en un autobús, camino a una ciudad en linea, con una mujer, un perro, una casa vacía, un parque, unos cuantos tomates ecológicos para que podamos creernos un poco superiores, más sanos, casi superhéroes, al cenar una ensalada cara justo antes de meternos en la cama. Voy a descansar, dejar que el calor me fría el cerebro, relajarme y no pensar en nada demasiado trascendental hasta mañana.
Entonces, sé que en ese momento la pregunta cambiará, por lo menos para mi y entonces dejaré de pensar "¿qué coño estoy haciendo aquí?" para tener claro que lo que estoy haciendo aquí es disfrutar de un coño. Y del verano. Y la calma. Y el amor.

Son ya las 17.30, y yo ya no pinto nada aquí.