25.3.13

Maratón. / 1 año 26 días.


Normalmente los días siempre empiezan de la misma manera. La luz entra por la ventana y me despierta, hay ruido en la cocina de casa, y el radiador está aún caliente. Me quedo unos minutos en la cama, mirando hacia arriba, pensando un poco en todo y en nada. Me levanto y me siento en el borde con los pies descalzos en el suelo, para que el frío de las baldosas me termine de despertar mientras estiro el cuello y oigo como todos mis huesos se colocan en su sitio y me dan los buenos días percutiendo. Voy al baño, pasando en calzoncillos por delante de la cocina, saludo, entro al baño, pis, manos, cara, mirada en el espejo, reflexión importante sobre la vida y sus consecuencias, vuelta al cuarto.
Hay días que el ritmo es más rápido, días de análisis, de médicos, otros me tomo libertades, me quedo en la cama leyendo, pensando, escuchando música. Otros no me levanto sólo, lo que hace que el proceso de salida del cuarto se alargue un poco más. A veces un perro me pide salir a pasear, y no es una metáfora. Lo que si que es constante es la luz, la luz de la ventana es lo que me hace abrir los ojos cada mañana, a eso de las 8.30 - 9.00 de la mañana. Desde que estaba en el hospital, cuando Lupe me abría las cortinas para hacer que saliera de la cama, que hiciese algo aun estando encerrado en la habitación, desde entonces, la luz por la ventana, cada mañana, me hace abrir los ojos y pensar.
Y se lo agradezco.
Siempre, cada mañana, no puedo evitar pensar en que estoy fuera del hospital, que el suelo que piso es de baldosa marrón, o de madera y no el azul pálido de aquella habitación.
No lo pienso con una sensación de gratitud, ni de libertad, ni de alegría, sólo lo pienso, es una idea que viene a mi cabeza, cada mañana. 
Cada día es como un salto más hacia delante, sin red de seguridad, sólo uno más, uno cada día. Es una sensación extraña y bonita, difícil de asimilar, sobre todo por la mañana cuando el cerebro todavía trata de comprender lo que ha soñado. 
Me pregunto muchas veces cómo he podido cambiar tanto en algunas cosas, cómo puede ser que ahora me tome las cosas de una manera tan diferente, ni mejor ni peor, sólo distinta. Algunas cosas me agobian más, otras mucho menos. Lo que antes no era importante ahora lo es y lo que antes lo era ahora ya no.
Dicen que el primer paso es el más difícil, yo creo que no es verdad. Muchas veces das ese primer paso y la inercia no es suficiente y el segundo cuesta lo mismo, o más porque arrastras el peso del esfuerzo del primero, y luego va el tercero, y el cuarto y así hasta terminar el camino. Es como una maratón con los ojos cerrados, si saber lo que te queda por recorrer, y con solo una noción superficial de lo que llevas hecho. Sabes que hay una meta, y en tu cabeza está clara, pero la distancia no es fija, sólo aproximada y a veces esa incertidumbre duele en las rodillas, en los tobillos, en las plantas de los pies y pesa en los pulmones, como plomo, pero sigues un paso tras otro. El truco está en no parar, aunque las piernas a veces digan basta. ¿Entonces te arrastras no? Supongo que sí, no he llegado a ese punto, aun.
Lo que puede resultar frustrante es que el mundo lleva un ritmo al que te tienes que adaptar, al que te quieres adaptar, pero tu cuerpo no te deja y los demás corredores te adelantan, alguno te da una colleja, otro se queda a tu lado un rato, pero tu rimo aburre.
Se te exige que cumplas tiempos con los que crees que podrás, pero te das cuenta poco a poco, en cada checkpoint, que no puedes. Tu concentración no es la misma, tu fuerza tampoco, y ni siquiera tu determinación. Por eso vas tarde, por eso vas más despacio.
Con algo de ropa limpia vuelvo al baño, me miro en el espejo una vez más, "vaya cara de mierda tienes", me digo cada mañana y me meto en la ducha.
El tubo de mi pecho me recuerda las limitaciones, lo limpio con cuidado y no puedo evitar volver a pensar en la maratón, esta vez, más despierto, intento convencerme a mi mismo de que no es para tanto y que aun puedo correr como antes y llevar un ritmo de persona normal.
Salgo limpio del baño, desayuno, me tomo las mil pastillas que tocan y me pongo a currar, a leer cosas del proyecto final, a redactar. En este momento es cuando la realidad me da de golpe en la cara otra vez. Sigo siendo demasiado lento. No voy a llegar, antes no me agobiaría tanto pero ahora me mata. He perdido la (poca) capacidad de trabajo que tenia y se me van a exigir resultados. Es todo un poco frustrante. 
Corro una maratón con unas botas de plomo, lo que da un poco por culo, hablando en plata, pero al menos corro la maratón, y avanzo. Que supongo que es lo que importa.

Es frustrante tener un ritmo diferente, es difícil de comprender y de asumir que no puedes hacer todo lo que quieres hacer, genera un poso, una frustración que amarga, un amargor que a veces sólo una madre puede ver en ti y te lo dice y te enfadas pero tiene razón. Estas amargado por no poder ser normal, pero ser normal está sobrevalorado y a ti te toca asumir que lo que tienes es lo que hay, seguir corriendo con las botas de plomo y no luchar contra lo que no puedes cambiar. Sólo adaptarte, mejorar lo que puedas poco a poco y cambiar lo que este en tu mano. 
Pero aun con toda la filosofía barata, la psicología auto-impuesta y una visión realista de todo lo que te rodea, no puedes evitar pensar que es una mierda y que lo puedes cambiar.
Y así un día tras otro, dándote cabezazos contra un muro a ver que es lo que se rompe antes, él o tu cabeza.

1 comentario:

  1. A poc a poc Manu(como decimos los catalanes)no hace falta correr tanto,tenemos todo el tiempo del mundo,aunque yo creo que tu ya has llegado a la meta.Un abrazo muy fuerte desde barcelona,sigo tu blog desde el principio y nunca me acuesto sin mirar si has publicado una entrada....que sigas bien.BONA NIT

    ResponderEliminar