He
vuelto al hospital después de estar en casa de alta unos días, complicaciones
menores y tener que prepararme para un injerto de piel que me tienen que hacer,
nada grave.
Tengo
un poco de EICH, que es cuando la médula donada ataca tu organismo, pero nada
fuera de control ni de lo común así que todo bien.
Estas
idas y venidas me han hecho pensar, esto y un libro que me ha traído mi hermana
y que me ha enganchado "Todas
las chicas besan con los ojos cerrados" de Enric Pardo, guionista de
la productora El Terrat y profesor de la ESCAC, que me recuerda mucho a mi
mismo, o a quien podría haber sido, o a quien soy, o no se porque no estoy muy
seguro de quien coño soy ahora mismo.
Las
camas, tienen la culpa de esta falta de identidad momentánea (o eso
espero).
Los
cambios de camas, de sabanas, de cuarto, pero sobre todo el cambio de la
esencia que respiras conscientemente por última vez antes de dormir, esa que
puede cambiar por completo la noche, ese momento que bien puede ser mágico,
especial, sexual, satisfactorio, terrorífico, frustrante, aterrador o
simplemente familiar y propio.
Me
vienen a la cabeza camas heladas que se quedan así, otras que se derriten en
cuanto entras en ellas, camas improvisadas en pasillos, algunas duras que
cuesta ablandar, otras cuyo olor permanece pase quien pase por ella (porque una
esencia no suele tapar otra y el Ariel ultra tampoco), camas que se hacen un océano,
otras que se hacen montañas, o nieve, que te llevan al norte, que huelen a mar,
algunas que huelen a madurez y al mismo tiempo a puro sexo.
A
veces las camas hablan otros idiomas, que nunca es un problema cuando estas en
ellas, y en cuyo caso si el idioma no es conocido huelen a victoria épica.
Algúnas huelen a traición ajena, o propia, olores que no olvidas tampoco y que, siendo sincero, no suelen haber sido nunca desagradables.
En otras lo que hueles es a un amigo sudoroso borracho, olores que no están exentos de amor, aunque el amigo
ronque con olor a cerveza, o a noche amistosa de pizza y peli que termina en una cama durmiendo
sin mas.
Al
final tu cama, si eres un hombre o mujer con una memoria sentimental como la
mia, lo que a veces una bendición y otras un carga, huele a ti, porque es la mezcla de
esencias lo que en cierto modo te hace un poco quien eres, aunque una de ellas
despunte sobre las demás una que huela al mar del norte, salado y frío, o a la
playa de Barcelona, o a Amsterdam, o a lo que sea que huela que te haga dormir con una
sonrisa, y "esa" sensación.
El
problema es cuando las camas en las que duermen no huelen a nada de eso, todo
queda reemplazado por desinfectante industrial, enfermedad, encierro, todo esto
corta el fluir natural de las esencias. El olor a miedo.
Y
cuando vuelves a casa y te das cuenta de que has perdido el rastro es aún peor, y haces lo posible por encontrarlo, buscas tus libretas antiguas,
recuerdos, canciones, momentos. Te aíslas en tu cuarto, al menos tu cuerpo esta
ahí, buscas y entonces, de pronto, oyes el "click", y lo hueles todo y te das
cuenta de que la cama, en realidad eres sólo tú, y las esencias se han metido
en tu cabeza, y que por eso no se pueden lavar, que solo se van
archivando.
Yo
me lo imagino como un armario de farmacia antigua lleno de botes pequeños que
puedes abrir cuantas veces quieras y recordarlo todo.
No soy una persona con demasiada buena memoria para las fechas o las situaciones concretas, pero nunca me olvido de las sensaciones, de los sentimientos que he tenído algúna vez, nunca.
Y soy incapaz de olvidar a las personas por las que he sentido algo, lo que sea, o con las que he tenido algo.
Pero siempre hay un olor que sobresale, siempre, ahora mi cama casi siempre huele a Moloko, a viento frío, a mar. Cuando el desinfectante y el miedo no se cuelan por una rendija.